“Malamente”, o qué es importante al hablar de 40 años de la cultura en democracia

nadador_
3 min readDec 30, 2018

Cuando apareció dio la sensación de que se pasaba de pantalla. El estreno de “Malamente (CAP I — Augurio)” en mayo de este año supuso un pequeño shock en el mundillo musical de nuestro país. La canción mezcla aires flamencos con la música urbana más en boga. El vídeo impresiona por su detallismo y por la capacidad de darle la vuelta al imaginario poligonero y “español” (esos rojos y amarillos de Rosalía y sus bailarinas no engañan). ¿Recogía el testigo de otras obras más o menos flamencas que conseguían atrapar el significado de su tiempo?

ESPAÑA

Lo cierto es que creo que el 2018 de Rosalía y su obra “El Mal Querer” representan como nada el lugar al que hemos llegado en estos 40 años. En los años 70 se escuchaba a Lole y Manuel hablando de que se avecinaba un nuevo día, mezclando lo personal con lo comunitario/colectivo, a Camarón arriesgando su fama como cantaor para hablar sobre el paso del tiempo junto a unos hippies en unos momentos de incertidumbre y grandes cambios, o a la banda Veneno creando un nuevo sonido que mezclaba a conciencia la música del barrio de los Amador con el rock urbanita de Kiko Veneno. Pero la (supuestamente) rompedora obra de Rosalía, que algunos ponen en línea con esos artistas, ¿desde dónde habla? Desde luego no podríamos saberlo escuchando su música. La artista deja de lado el papel de la cultura como herramienta que nos conecta con nuestro entorno usando una imaginería cambiable y maleable. Lo popular como prenda de quita y pon.

“Malamente” está desenraizada, fuera de cualquier escena musical o comunidad. Es música hecha en un laboratorio y que no representa ninguna realidad social. No nos dice nada sobre ella ni lo que le rodea. Sin embargo, sí nos explica como país. Es un ejemplo de cómo nuestra sociedad ya forma parte de un mundo que funciona a dos velocidades: por un lado hay un segmento de la población que sabe cómo moverse y qué códigos usar para estar presente en un mundo global engrasado por multinacionales; por el otro vemos cómo hay comunidades más desfavorecidas a la que les cuesta alzar la voz para dar su opinión sobre cosas que les importan en un mundo que les pasa por encima. Y si terminan por ser (un poco) escuchados no hacemos el más mínimo esfuerzo en ser comprensivos con sus reivindicaciones, o al menos pensarlo. No es necesario decir a qué realidad pertenece Rosalía y cuál tiene las de ganar.

Nos hemos comido con patatas que las diferencias de clase, sociales e identitarias no existen en nuestro moderno y reluciente mundo cultural. Que la música es un ente que vuela libre a la que no le afecta desde dónde está construida o con el apoyo de qué medios. Que lo rompedor es aquello que lo cambia todo para que nada cambie. Que no es importante si una buena canción es aquella que puede ser usada sin que desentone en un mitin de un partido de extrema derecha que ataca la multiculturalidad de nuestra sociedad. Que para valorar un producto cultural no es importante hablar de qué representa realmente. En definitiva, nos hemos tragado que el conflicto no tiene por qué tener lugar ni en el momento de la creación, ni en la producción y distribución, ni en la obra, ni en el discurso de aquel artista que esté llamado a cambiar el rumbo de la música en España. Y ese, me temo, es el gran tongo del mundo de la cultura que hemos comprado tras 40 años de democracia.

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